Respuesta previa. (De su libro: Cristo es Adán “El Dios de los Atlantes” –Edición 1998-)
Soy
plenamente consciente de que la publicación de este libro y de los que han de
seguirle va a provocar el que muchos me etiqueten como el Anticristo que
ha ido a aparecer justamente al fin del segundo milenio.
(Entre paréntesis, del segundo milenio de la Iglesia y de cuantos se mantienen dóciles a la ella, porque resulta sencillamente risible dar alguna importancia a la cronología que Roma se ha sacado de la manga..., cuando la Humanidad tiene millones de años de edad y decenas de miles de años de historia no conocida pero sí documentable tanto arkeológica como antropológicamente; en estas condiciones, el hecho de pretender que estamos a punto de trasponer el año 2000, resulta sencillamente una estupidez. Algún día se conocerá con enorme exactitud la fecha en que se produjo el diluvio que puso fin a la civilización tartésico-atlante y en ese momento sí que nos encontraremos ante una fecha merecedora de señalar el principio de una nueva Era. Al igual que la patraña de la maternidad de la lengua latina sobre las hablas del Occidente de Europa, la era que se inicia hace 2000 años, coincidiendo con el quimérico nacimiento de Cristo, es uno de los innumerables goles que Roma le ha colado a Europa y que, asombrosamente, siguen sin haber sido descubiertos y desenmascarados tantísimos siglos después...).
Pero, a lo que íbamos, sé que me van a poner el sambenito de Anticristo, pero eso –como decía mi admirado y queridísimo José Mª de Areilza- me trae absolutamente al fresco. Mi respuesta, ya desde este momento, va a ser siempre la misma. Y la reproduzco aquí, a priori, para ahorrarme tiempo y trabajo teniéndola que repetir después cientos de veces:
Pocos libros se
habrán escritos tan repletos de razón y de sentido común como éstos en los que
demuestro la identidad netamente mítica de Cristo y del Cristianismo. El
problema se plantea, pues, en sentido inverso: ¿resulta racional el negar la
evidencia, empecinándose en defender el carácter histórico de alguien que, como
he probado abrumadoramente, ha sido siempre un ente de ficción?
No se trata, pues, de una
cuestión de creencias. Se trata, simplemente, de una cuestión de racionalidad o
irracionalidad. De hacer honor, o no, a nuestra condición de seres
racionales. Ser cristianos, budistas, mahometanos o judíos me parece algo
secundario para cualquier ser humano. Ser y comportarnos como individuos
racionales, por el contrario, me parece algo sencillamente fundamental. Y de un
ser racional se espera, por encima de todo, que se conduzca como tal. Yo, al
escribir este libro, me he limitado a actuar dentro del ámbito de la más
estricta racionalidad. Porque la época en la que había que creerse las cosas a
ciegas, “porque sí”, porque la Iglesia así lo decretaba, ha pasado a la
Historia venturosamente para siempre.
Por otra parte, reto a todos
los filólogos, historiadores, arkeólogos o mitólogos del mundo a rebatir no ya
todo el contenido de este libro –cosa imposible- sino tan siquiera una sola
página del mismo. Y mientras este libro no sea rebatido y, con él, los setenta
libros que le han precedido, que le sustentan y que le han hecho posible,
deberá reconocerse que la interpretación que aporta sobre la génesis del Cristianismo
y de la propia civilización humana es la más completa, fundada, objetiva
y razonada de todas las efectuadas hasta el presente, siendo por lo tanto la
que se encuentra más cercana a la verdad histórica.
... esa verdad histórica
que es, a la postre, infinitamente más sagrada que cualquier creencia
religiosa. Porque la verdad objetiva es el horizonte irrenunciable de la
racionalidad y del espíritu humanos.